Los muertos están cada día más indóciles

Los muertos están cada día más indóciles

Antes era fácil con ellos:

les dábamos un cuello duro una flor

loábamos sus nombres en una larga lista:

que los recintos de la patria

que las sombras notables

que el mármol monstruoso.

El cadáver firmaba en pos de la memoria:

iba de nuevo a filas

y marchaba al compás de nuestra vieja música.

Pero qué va

los muertos

son otros desde entonces.

Hoy se ponen irónicos

preguntan.

Me parece que caen en la cuenta

de ser cada vez más la mayoría.

(Roque Dalton, El descanso del guerrero)

 

Hace seis años me encontré con un libro rojo que en su portada decía: La ternura no basta, y más abajo: pero por la verdad todos los lutos. Fue mi primer encuentro con Roque Dalton, con su poesía. Él había llegado a la revolución por la vía de la poesía y yo, a la poesía por la vía de la revolución. Más tarde apareció otro libro Materiales de la Revista Casa de las Américas De/Sobre Roque Daltonque  mezclaba su poesía, con testimonios, ensayos, y documentos que marcaban  las huellas –como informes de testigos- de su paso por Cuba en 1962, en  1967, hasta su regreso a El Salvador en 1973.

Estas dos lecturas  me descubrieron a un Roque poeta, revolucionario, latinoamericano,  irreverente, burlón, horrible y brillante, duro. Profundo admirador del  Che y de Lenin. Su poesía, inseparable de su vida y su vida de sus  opciones políticas. Había vivido en Cuba en los años de un proceso  transformador: la revolución cubana.Y se había vinculado a ella: forma  parte del Comité de Colaboración de la Revista Casa de las Américas,  trabaja como periodista para Radio Habana Cuba y en Prensa Latina, sus  hijos estudian en escuelas cubanas, él y su esposa Aida van a las  reuniones de los Comité de Defensa de la Revolución (CDR) de su barrio, y  en los tiempos libres, escribe.

Empezaba a tomar forma la idea de  hacer un documental sobre Roque, sus años en Cuba.Sobre la poesía  escrita en el exilio cubano. Y sobre el poeta que defiende la necesidad  urgente de la ternura.

La primera aparición de Roque Dalton en el  contexto cubano, y en Casa de las Américas, fue cuando en el año 1962 se  le dio Mención en el Premio depoesía con su libro El turno del ofendido, recibiendo menciones también alaño siguiente con Los testimonios, y en 1966 con Los pequeños infiernos;en 1969 recibe el Premio de Poesía de Casa de las Américas con Taberna y otros lugares.

En  1968 Roberto F. Retamar lo llama a formar parte del Comité de  Colaboraciónde la Revista Casa de las Américas donde estuvo hasta el 20  de juliode 1970, cuando en una carta pide la renuncia:por mi parte,  tanto Casa de las Américas como los organismos responsables de la  Revolución encontrarán en mí siempre un compañero dispuesto a poner de  su parte lo que sea necesario para enfrentar cualquier problema en  nombre de las posiciones revolucionarias y en provecho de la Revolución.  Si algo puedo hacer en ese sentido, puede contarse sin duda conmigo.[1]

Se  prepara ya para el regreso. En 1973 ingresa clandestino a El Salvador  bajo el seudónimo de Julio Dreyfus Marín, para integrarse al Ejército  Revolucionario del Pueblo. Allí será asesinado por una secciónde dicha  organización el 10 de mayo de 1975, a pocos días para cumplir los 40.

Esta es la película de su vida. El hermoso drama de los poetas revolucionario de América Latina como dijera en el prólogo de la antología poética que regalara a Cuba antes de partir.

Un  drama que tuvo como escenario la Revolución Cubana y la lucha armada en  el continente en un movimiento constante del ejercicio de pensar. Había  una demanda del hacer y, en el pensamiento, un reclamo de la  inmediatez.

Empezó entonces un larguísimo proceso de investigación, filmación y búsqueda que ya suma tres años. Es  muy fácil encontrar elementos para armar una película, todos están un  poco tirados por el suelo, como en un campo arqueológico donde uno mira  un poco y ve “ahí hay un cántaro, un trozo de tejido”. [2]anota  el documentalista chileno Patricio Guzmán. Lo difícil es armar los  pedazos en un sentido lógico, que pueda contar cabalmente el hermoso  drama de Roque.

Entrevistamos a su esposa, Aida Cañas; a su hijo,  Jorge Dalton; a sus amigos en Cuba, Aurelio Alonso, Víctor Casaus,  Roberto Fernández Retamar, Guillermo Rodríguez Rivera y Fernando  Martínez Heredia, y recopilamos materiales del Archivo familiar de  Roque, de Casa de las Américas, del ICAIC, de la Revista Bohemia, de  Radio Habana Cuba, de la Biblioteca Nacional y de archivos personales  que nos concedieron. A veces más inclinados por la curiosidad y la  fascinación del descubrimiento que por el oficio del documentalista.

Como  un tejido, como una geografía, los documentales son territorios. Van  marcando el mapa por el cual transitamos para sentir, entender, conocer y  ser. Son ventanas por las cuales recordamos imágenes que no vivimos,  imágenes que no están en nuestro archivo personal, símbolos universales  que nos remiten a la esencia de un pasado que, lejos de ser dato en los  listados de la historia, se convierte –al rememorarlo– objeto vivo  nuevamente. Esta es una de las características principales de la memoria  colectiva: al recordarla se pasa nuevamente por la vida, nos provoca  sentimientos precisos y reales.

Nada es estático y permanente en  el tiempo; las imágenes se convierten en recuerdo, cristal, sueño. En el  territorio doble de la memoria, pasado y presente no son ya el antes y  el ahora: confluyen en el cristal de la mirada que se remonta en sus  recuerdos y que, en la instantánea imagen del cine, se desdobla, se  cuestiona, se reinventa.

Los documentales que se apoyan en la  memoria colectiva no pueden olvidar, como no lo hace la sociedad en la  que estos recuerdos sobreviven, que sus protagonistas viven inmersos en  un conflicto con la realidad, objetiva y periodística. La pregunta que  se hace toda película o cineasta del tercer mundo es ¿Quiénes somos? Y, será, que lo que somos es eso, una pregunta. Miles de interrogantes, camino que se desbroza en la marcha: porque estamos ganados por la utopía.[3]

Los  territorios de la memoria están poblados de recuerdos que se  reinventan. Muchos de ellos deben ser defendidos del olvido, de la  desmemoria, del silencio. Cada grupo o sujeto constantemente debe  defender su derecho a la memoria en este territorio en pugna. En una  sociedad que, como el Angelus Novus de Klee, avanza enredada en  el huracán del progreso, los recuerdos no son útiles, no son prácticos.  Las armas de la guerra cultural son la demonización y el olvido de los  combates.

Tenemos, entonces, que liberar el pasado, recuperar la  historia de las revoluciones, de las rebeldías y de las resistencias  múltiples. América Latina se cuenta como una epopeya, entre lo imaginado  y lo histórico, que narra nuestra identidad. Esta herencia se mantiene  en el recuerdo colectivo, en los símbolos y en quienes resisten. Hoy  hablamos de Bolívar, de Túpac Amaru, de Morazán y de José Martí y los  evocamos en las revoluciones latinoamericanas más contemporáneas, porque  hubo quien los rescató de los olvidos convenientes y los entendió en  presente. De la misma forma, nuestra generación habla de y con Roque,  Haydee, Walsh, Rodney, la Tati y el Che, por solo mencionar los nombres  que nos convocan hoy.

Todo cine es memoria.

Y la memoria es una construcción en disputa.

En  su juventud, Roque entendió esta necesidad de preguntarle a los  sobrevivientes de la historia de su país. En 1966, en Praga, descubre a  Miguel Mármol: militante salvadoreño del Partido Comunista que en la  insurrección de 1932 es dado por muerto entre las 30 000 personas  asesinadas. Pero no estaba muerto. Estaba dispuesto a contarlo todo, y  Roque se propuso preguntárselo todo.

El primer manuscrito de lo que sería el libro Miguel Mármol: los sucesos de 1932 en El Salvador,  lo entrega a su amigo, Fernando Martínez Heredia, en La Habana.  Imposible publicarlo todo, son casi 900 páginas. Roque selecciona 100,  que son publicadas en la Revista Pensamiento Crítico –dirigida por  Fernando y que se convierte en referente del pensamiento revolucionario  latinoamericano para su generación.

En esas 100 páginas aparecía  explicada, en forma de conversación, el origen del movimiento comunista  salvadoreño, las contradicciones con el enemigo y dentro de la misma  organización. Es un ejercicio de memoria. Un testimonio real de un  movimiento real en un pueblo real de la América Latina. Roque, y en gran  medida toda su generación, retoma la historia de las luchas populares  anteriores y las extienden en una búsqueda por el socialismo  latinoamericano.

En el estudio del pintor Mariano a diez años de  revolución, en 1969, se reunieron Roberto Fernández Retamar, Rene  Depestre, Edmundo Desnoes, Ambrosio Fornet y Carlos María Gutiérrez para  conversar sobre el intelectual, su relación con la sociedad, y su lugar  en la lucha por la emancipación. Dice Roque:

(…) Hablamos  desde y para Cuba, desde y para la América Latina. Y no hablamos, por  cierto, para un continente abstracto, hijo de alguna de esas  cartografías culturales tan adentradas en el espíritu europeo: lo  hacemos para una América Latina preñada de revolución hasta los huesos.  Todo, pues, aquí, tiene otro sentido. Incluidas nuestras limitaciones.[4]

Cuando  entrevistamos a Fernando Martínez Heredia quisimos preguntarle todo. Le  preguntamos por Roque, por su poesía, por Cuba, por la historia  latinoamericana, por la lucha armada. Queríamos poder entenderlo todo,  entender, por ejemplo ¿cómo un escritor, un intelectual, un poeta, podía  tomar la decisión de ir a pelear en un combate dónde parecía que todas  las predicciones eran negativas? ¿Tenía Roque un espíritu quijotesco?  Fernando piensa, se emociona cuando habla de estas cosas, y lanza una  idea que no cierra, para seguir hablándome de la historia. Para él:

Se  pueden entender cuestiones a partir de entender el movimiento  histórico, la estructura social y la coyuntura; pero si quienes viven la  historia son las personas, entonces, tenemos que considerar también los  comportamientos, las motivaciones, el mundo interior de las personas.  La determinación personal implica que la persona si es necesario se  violente a sí misma, pero llega a convertir su convicción en acción y a  convertir su acción en algo sistemático. 

Roque es un  revolucionario latinoamericano que escribe poesía; un poeta que milita.  Poesía y política son parte del mismo hombre, del mismo sentido de vida.

Roque lo explica de esta manera en su ensayo Poesía y militancia en América Latina:

¿También  el poeta es comunista? –me preguntan por ahí–. Para contestar yo  comenzaría por repetir lo ya dicho: el gran deber del poeta –comunista o  no– se refiere a la esencia misma de la poesía, la belleza. (…) Hay que  desterrar esa concepción falsa, mecánica y dañina según la cual el  poeta comprometido con su pueblo y con su tiempo es un individuo  iracundo o excesivamente dolido que se pasa la vida diciendo, sin más ni  más, que la burguesía es asquerosa, que lo más bello del mundo es una  asamblea sindical y que el socialismo es un jardín de rosas dóciles bajo  un sol especialmente tierno. La vida no es tan simple y la sensibilidad  que necesita un marxista para ser verdaderamente tal, lo debe captar  perfectamente.

La nota que publica la revista Casa de las  Américas en su número de septiembre-octubre de 1975 declaraba: “La  historia los considerara (a sus asesinos) como simples criminales que  pretendieron aniquilar, en la persona de un luchador incansable, una  limpia y abnegada postura: y conservará el nombre de nuestro querido  compañero Roque Dalton, revolucionario consecuente, intelectual  brillante y combativo, hombre generoso y cordial, amigo inolvidable,  entre los nombres de los héroes, mártires y creadores de nuestra  América.”

Todavía hoy, sus hijos siguen pidiendo justicia al  gobierno salvadoreño para el caso de su padre, Roque Dalton. Que se  castiguen a los culpables: Joaquín Villalobos y Jorge Meléndez; que se  acepten las responsabilidades históricas de su asesinato.

Leer a  Roque, entender las complejidades de la lucha revolucionaria, ser  consecuentes y comprometidos con nuestro tiempo de hacer, y volver a  leer a Roque: son formas de traer a la vida su memoria. Son formas,  también, de hacer nuestra justicia. La memoria es una construcción en  disputa y en su territorio peleamos siempre.

Decía Roque Dalton en una entrevista que le hicieran para la Revista Bohemia.“Quiero ser escritor de izquierda en la forma que lo necesita la América Latina de 1967.”

Esa  frase la encontré recortada y pegada en el reverso de una foto en el  Archivo Fotográfico de la Revista Bohemia. Quien decía esto era  salvadoreño, poeta y militante. Quería ser un hombre útil, y quería  hacer la Revolución en su país, y en la medida de las posibilidades, la  Revolución Latinoamericana: el ejemplo del Che, asesinado en la Higuera  ese mismo año, se multiplicaba por todo el continente.

Hoy han  pasado 50 años, pero la necesidad sigue siendo la misma: Ser –jóvenes–  en la forma que lo necesita la América Latina de 2017, para hacer, en la  medida de nuestras posibilidades, la Revolución Latinoamericana.

 

[1] Carta de renuncia de Roque Dalton a la Casa de las Américas. Archivo Digital Roque Dalton

[2]Bordigoni, Lorena (2012) Entrevista a Patricio Guzmán, a propósito de su última obra Nostalgia de la luz (2010) Revista Cine Documental (No. 5)

[3]Alfredo  Guevara. Entrevista “Alfredo Guevara: la ignorancia es enemiga de la  revolución.” Por Raúl Garcés. Revista Nuevo Cine Latinoamericano. No. 15  (2013)

[4] Roque Dalton

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