En El presidio político en Cuba, José Martí escribía: “todo  tiene su fin en la monotonía. Hasta el crimen es monótono”. Esta frase  ha cobrado veracidad entre sacudida y sacudida del mundo que habitamos.  Túnez, Egipto, Bahrein, Libia, Yemen, Costa de Marfil, Arabia Saudí,  Burkina Faso, Siria, Suazilandia, Afganistán, Irak, Irán, Palestina,  Marruecos estallan con el polvorín de la revolución que prendiera  Mohammed Bouazizi en Túnez; y junto al nombre de los países en alza  crece también la cifra de muertos por la represión que engrosa  indolentemente la lista de crímenes impunes contra lesa humanidad.

 

El  Consejo de Seguridad de la ONU aprueba “todas las medidas” para  castigar a Al Gaddafi por el ataque contra los rebeldes en la zona norte  de Libia, y deja en manos de la fuerza bruta de la OTAN el cumplimiento  de dicha sanción. Con la explosión de los primeros misiles de los  portaaviones occidentales cae en Bahreim la Plaza de la Perla, epicentro  de la rebelión de esta isla invadida por las fuerzas del Consejo de  Cooperación del Golfo, y el mundo recuerda el cielo de Bagdag encendido  por la guerra hace 9 años. 

 

Los rostros de las primeras victimas  de la operación Odisea al amanecer nos parecen familiares a los vistos  tantas veces en Palestina, Irak y Afganistán donde los aviones  teledirigidos asesinan diariamente a “los terroristas” de 2 a 10 años,  los mismos que nos miran hoy desde los hospitales libios; los mismos,  pero no iguales, que vi hoy en mi ciudad. El saldo de la intervención ya  lo conocemos, es tan burdamente inhumano que dan ganas de cerrar los  ojos. El horror parece entronizarse cuando vemos crecer la cifra de  muertos en la represión contra las movilizaciones árabes, y sentimos  bajo nuestros pies el otro terremoto que nos puede tumbar. Pero Túnez y  Egipto nos demuestran que no somos simples granos de arena contra la  barrera monolítica de la violencia. Aunque las revoluciones no se  alcanzan solo con cambios domésticos como las enmiendas constitucionales  llevadas a votación en Egipto, no se olvida la huida de Ben Ali, ni la  renuncia de Mubarak. 

 

La máscara humanitaria engaña a los bobos, y  confunde a los desconfiados, unos pocos intentan desempañar el cristal  con tristes resultados en la práctica. Con este caos, las babas de los  EEUU y la Unión Europea encharcan hoy el petróleo de Libia y sus dientes  manchan de rojo una tierra que no les pertenece, mientras Al Gaddafi da  visa al infierno. 

 

La plaza aun sigue sucia: queda mucha lluvia  por caer en Tahrir, la Perla y Sanaa. Aunque los misiles tomahawk silben  esta noche sobre África, la luna brillará como nunca, particularmente  grande, esperemos que alguna magia llegue hasta los hombres dormidos y  les calme el espíritu, que les roce los ojos y les ilumine la mirada.  Esperemos que llegue el fin a la monotonía del crimen para poder irnos a  dormir tranquilos sabiendo que existe nuestro derecho de vivir.


Artículo publicado en rebelion.org el 20/03/11

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